Gargantúa en Liliput


Résultat de recherche d'imagesElif Shafak. Lait noir. Valérie Gay-Aksoy (trad.). 10/18 Domain étranger. Paris: Phébus,2009.

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En el folklor turco, la cama de las madres que han dado a luz recientemente es decorada con listones llenos de amuletos de vidrio, bolsitas de comino y campanillas. Al menos dos mujeres de edad avanzada montan guardia en la cabecera para evitar que los genios (yinnisdjinns) malvados se apoderen de la reciente madre. Cuando los genios intentan hacerse con la mujer, tiran con fuerza de los listones de la cama: las campanillas suenan, el comino se desparrama por el suelo y las mujeres en la habitación tiran del otro lado de las cuerdas. Esta pelea dura cuarenta días y si las ancianas no ceden, los genios terminan por cansarse y poco a poco abandonan la habitación. Pero si los genios ganan el combate, la leche de la madre comienza a oscurecerse y a cuajar hasta volverse negra. Su corazón termina por pudrirse y la madre cae presa de los genios. De esta creencia popular Elif Shafak toma el título de su libro: Leche negra (Lait noir).

Es difícil decir qué tipo de libro es Leche negra. «Este libro no es una novela», afirma la autora en un epígrafe (p. 33). ¿Un ensayo?, ¿ficción, fantasía? Lo que sí es, un texto ambiguo que se lee a diferentes velocidades: con ligereza o seriedad, desde erudición hasta anécdotas. La primera impresión es la de una autobiografía pues el relato oscila de la primera a la tercera persona, alternando entre experiencia personal, biografías y diálogos absurdos.

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Elif Shafak. Fuente

En las primeras páginas Shafak explica el motivo para escribir Leche negra. Fue el resultado de la depresión posparto que sufrió durante los diez meses siguientes al nacimiento de su hija en 2006. En efecto, el libro es un pretexto para escribir sobre la necesidad de escribir. Al cabo de cierto tiempo – meses -, frente a la terrible experiencia de la depresión y a la responsabilidad de ser madre, la necesidad de escribir se impuso a Shafak con fuerza y como una fuente de inspiración.

El punto de partida es la constatación de la exigencia que la sociedad impone a las madres: la perfección. La madre no tiene derecho a equivocarse. Esto es el resultado de la imposibilidad de hablar mal de la maternidad porque sólo se considera su lado amable y feliz. Entre ironía y tristeza, Shafak imagina un juego cruel cuyas puntuaciones evalúan los errores cometidos por las madres durante el cuidado del bebé (p. 285):

  • Levantar de la cuna bruscamente al bebé y provocarle vómito: -15 puntos
  • Reprochar a los demás para borrar los errores propios: -25 puntos
  • No sentirse a la altura: -30 puntos
  • Entrar en pánico cuando el bebé llora y provocar que llore más fuerte: -50 puntos
  • Como el bebé llora, romper en lágrimas incluso después que el bebé se haya traquilizado: -70 puntos

De la misma manera que una depresión constituye una etapa tenebrosa entre dos momentos felices o al menos normales, Shafak decide que Leche negra sea un testimonio destinado al olvido («Este libro fue escrito para ser olvidado tan pronto sea leído», p. 9). Es el relato de la travesía por el purgatorio. En fin, es la historia de una «temporada efímera» (p. 10).

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Sin embargo, esta postura origina algunas incoherencias. Kate Clanchy, crítica literaria del periódico The Guardian, observa que para ser un libro sobre la depresión posparto, Leche negra le dedica muy poco espacio a esta enfermedad: tan solo unas cuantas páginas en los capítulos finales bajo la forma de una de tantas alegorías usadas a lo largo del libro. Por ello es más exacto decir que es un relato sobre los orígenes de la depresión de Shafak y no sobre la depresión misma.

Uno de los méritos de Leche negra es subrayar el aspecto universal de la maternidad. Eso quiere decir que Shafak se presenta como una persona que da la casualidad es mujer. En otras palabras, como una escritora que descubre diferentes aspectos de su feminidad a partir del hecho de ser madre. Esa reflexión surge de la pregunta formulada durante una conversación por la decana de las letras turcas Adalet Agaoglu (n. 1929): ¿una mujer es capaz de manejar al mismo tiempo la maternidad y una carrera literaria exitosa? (Lait noir. p. 56). Para responder, Shafak reflexiona sobre las posibles relaciones entre maternidad y literatura por dos vías: una introspectiva y personal, detallando sus reacciones y pensamientos; otra externa e histórica con ejemplos de la vida de escritoras célebres.

Shafak empieza por mostrar su «mundo íntimo», es decir, diferentes aspectos de su personalidad antes, durante y después que la maternidad se volviera una opción real en su vida. Para ello, pone en escena lo que quizás constituye la característica formal más distintiva del libro: un «coro de voces interiores». Este «harén interno» está compuesto por mujeres miniatura imaginarias que encarnan algún aspecto bien marcado de su carácter. Conocemos entonces a Maestra Cínica Intelectual, Doña Ego Ambición, Señora Inteligencia Práctica, Hermana Derviche, Mamá Gallina y Señorita Satín Voluptuosidad. Los diálogos absurdos entre ellas, los debates y las peleas – a veces a puños – pueden llegar a ser divertidos y llegan a alcanzar cierta profundidad y sutileza. 

Clanchy señala que, al contrario de lo que pretende, el coro de voces interiores va en detrimento del aspecto íntimo del relato. Las mujeres miniatura aparecen en momentos en los que Shafak se siente amenazada o incómoda. Además, toda alegoría representa un estado mental diferente y distante al de la autora, por lo que Shafak termina revelando menos de sí misma que lo que quisiera.

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La segunda vía es una exploración más o menos erudita de biografías de otras escritoras, más precisamente, de la actitud de algunas de ellas frente a la maternidad. Nils C. Ahl, crítico literario en Le Monde, afirma que «la literatura no es mas que un ser humano que escribe». Con esta idea puede decirse que la literatura es una creación colectiva. El ejercicio colectivo de escribir constituye el corazón de la literatura y perpetua ese «ser humano que escribe». Si seguimos a Ahl en este punto, Shafak adopta un yo colectivo, «un yo que escribe, el de la autora pero no sólamente – el de Virginia Woolf, de Sylvia Plath, de Simone de Beauvoir y de muchas otras mujeres escritoras», y del que ella forma parte a través de su trabajo cotidiano de escritora. En efecto, por las páginas de Leche negra desfilan escritoras reales o ficticias, desde Firuze, hipotética hermana del poeta turco Fuzuli (1494-1556), hasta J.K. Rowling (1965), pasando por Sofia Tolstoi (1844-1919) o Virginia Woolf (1882-1941), todas con una respuesta propia a la maternidad: desde el rechazo absoluto hasta la sumisión, la sopresa de la aceptación involuntaria.

Sin embargo, Clanchy nota que la elección de autoras es mayoritariamente occidental y Shafak se esfuerza por acomodarlas a su propio discurso de la misma manera que lo hace con sus mujeres miniatura. Como ejemplo, un banquete imaginario entre las escritoras Simone de Beauvoir (1908-1986), Yuko Tsushima (1947-2016) y Sevgi Soysal (1936-1976), donde las tres comparten posiciones que no podrían conciliarse tras una lectura más detallada de sus obras (Lait noir, pp. 162-166). Difícilmente, dice Clanchy, de Beauvoir admitiría que toda respuesta a la maternidad sea correcta.

Según Clanchy, Shafak olvida que como el mundo de la maternidad, el de la depresión posparto no es liliputiense como sus mujeres miniatura, sino gargantuesco; no se trata de retratar muñecas, sino de reconocer monstruos. «Los problemas de la maternidad y de la individualidad son más grandes, más políticos y también más viscerales e íntimos» que el relato de Leche negra. Desgraciadamente para Shafak, por un lado la heterogeneidad de estilos en tan pocas páginas hace muy difícil comprender el mensaje – ¿vale la pena preocuparse, o será un cuento con final feliz? – y por el otro, poco ayuda su obsesión por convertir aspectos de su propia vida en una pelea entre duendes de caricatura. De ahí también que, a pesar de la aspiración de presentar la maternidad como una experiencia universal, los hombres ocupen tan solo la última página del libro, como epílogo y con una condescendiete «daría para otro libro» (p. 347).

Para terminar, Leche negra ofrece algunos fragmentos brillantes por su forma. Por ejemplo, el capítulo sobre Firuze («La sœur de Fuzuli», p. 57-67), la hermana ficticia del poeta turco Fuzuli (1483-1556), es uno de esos resplandores. Para escribirlo, Shafak se inspiró en el ensayo de Virginia Woolf, Una habitación propia (A Room of One’s Own) en el que Woolf imaginó una hermana de Shakespeare, Judith, para ilustrar lo que hubiera sucedido a una mujer con el mismo talento que un hombre. Otro ejemplo es el capítulo «Ce que savent les pêcheurs» («Lo que saben los pescadores»), en el que en apenas poco más de una decena de páginas la autora pasa de una reflexión sobre Sofía Tolstoi, a una escena absurda entre las mujeres miniatura, pasando por una descripción conmovedora del amanecer en Estambul y una bella parábola sobre los pescadores para explicar el esfuerzo de escribir a pesar de pobres resultados cotidianos (Lait noir, p. 107-119).

Christophe Frey, Estambul. Fuente

Pero me quedo con otro fragmento, un párrafo sobre Estambul, que es una postal sacada de cualquier megalópolis como Sao Paulo, México, El Cairo o Nueva Delhi y que demuesra, de nuevo, la capacidad de Elif Shafak de dirigirse a lectores de todo el mundo:

Gente que se agita por todos lados, autobuses completamente llenos, construcciones tristes para llorar, calles estrechas, puestos ambulantes inundados de falsificaciones baratas de Gucci, de Versace; niños de la calle armados con un trapo sucio que intentan rascar algunos centavos limpiando vidrios de automóviles; agentes de la policía municipal, cansados y hastiados de perseguir vendedores ambulantes; carteles publicitarios alabando los fabulosos productos de una existencia radiosa; una ciudad ni moderna ni tradicional que procura realizar la síntesis entre sus contradicciones, embotellamientos, caños reventados… Estambulitas que la perturban y Estambul que aguanta a pesar de ellos, y un caos perpetuo, sólo caos perpetuo… Esto es lo que veo cuando miro alrededor mío. ¿Qué espera entonces que diga? (p. 140)

Lista de autores mencionados o citados por Elif Shafak

  1. Friedrich Nietzche (epígrafe p. 21)
  2. Adalet Ağaoğlu (1929)
    • Se coucher pour mourir 1973
    • Non, 1987
    • Un été romantique à Vienne, 1993
    • «Deux feuilles», relato corto, Siècle 21, nº 8, Esprit des Péninsules, 2006
  3. Fuzuli (ca. 1480-1556), pseudónimo de Mehmet Bin Süleyman
    • Leylâ ve Medjnûn
  4. Virginia Woolf
  5. Firuze (imaginaria, hermana de Fuzuli)
    • Une chambre à soi
  6. Hafiz (1325-1389), poeta
  7. Nesimi (fl. 1339-1344, quizás muerto en 1418), poeta
  8. Namik Kemal (1840-1888), poeta, periodista, novelista y dramaturgo
  9. Musa Kâzim, gran muftí de Estanbul
    • Liberté-Egalité
  10. Fatma Aliye (1862-1936), primera mujer novelista turca
  11. Ahmed Midhat (1844-1912), novelista y periodista
  12. Nadine Gordimer
  13. Margaret Atwood
  14. Anita Desai
  15. Jhumpa Lahiri
  16. Ann-Marie Mac Donald
  17. Maureen Freely
  18. Halide Edip Adivar (1884-1964), novelista, dramaturga y traductora
    • Rue de l’épicerie aux mouches
    • La Maison aux glycines
    • Handan
  19. Sevgi Soysal
    • Tante Rose
    • L’Aurore
  20. Şebnem İşigüzel (1973)
  21. Feride Çiçekoğlu (1951)
  22. Ursula K. Le Guin
  23. Emily Dickinson
  24. Charlotte Brontë
  25. Dorothy Parker
  26. Lillian Helman
  27. Patricia Highsmith
  28. Iris Murdoch
  29. Jeanette Winterson
  30. Zadie Smith
  31. Amy Tan
  32. Kiran Desai
  33. J.K. Rowling
  34. Toni Morrison
  35. Sylvia Plath
    • Ariel
  36. David Rieff
  37. Susan Sontag
  38. Guy Raphael Johnson
  39. Maya Angelou
  40. Muriel Spark
  41. Pearl S. Buck
    • The Good Earth (trilogía)
    • This Proud Heart
    • The Townsman
  42. Iris Murdoch
  43. John Bayley
  44. Ludwig Wittgenstein
  45. Ömer Seyfettin (1884-1920)
    • L’Étrille (La almohaza)
  46. Walter Benjamin
  47. León Tolstoi
  48. Sofia Adreïevna Bers, esposa de Tolstoi y su secretaria personal. No dejó obra escrita, pero transcribió innumerables veces las novelas de su marido.
  49. Ted Hughes
  50. Mary Ann Evans, alias George Eliot
  51. Nihal Yeğinobalı, alias Vincent Ewing
    • Young Girls
  52. Amantine Aurore Lucile Dupin, alias George Sand
  53. Jane Austen
  54. Anaïs Nin
  55. Simone de Beauvoir
    • Le Deuxième sexe
  56. Jean-Paul Sartre
  57. Raymond Aron
  58. Yuko Tsushima
    • L’Enfant de fortune
  59. Julia Kristeva
  60. Zelda Sayre Fitsgerald
  61. Francis Scott Fitzgerald
    • The Great Gatsby
  62. Ernest Hemingway
  63. Alissa Zinovievna Rosenbaum, alias Ayn Rand
    • The Fountainhead
    • Atlas Shrugged
    • Hymne
  64. Doris Lessing
  65. Emine Semiye

 

 

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