encantado de recibirlo


La plaza de la Prefectura de Policía del departamento de Seine-Saint-Denis. El diseño rígido y los colores fríos parecen haber sido escogidos ex profeso

Cada año, mi vida en Francia se detiene y la sensación de estar en mi hogar que crece el resto del año, desaparece. Un organismo llamado Service d’étrangères de la Préfecture de Police (Servicio de extranjeros de la Prefectura de Policía) se encarga de recordarme que soy eso, unextranjero, que no estoy en casa, por más que me sienta en ella, por más que mis pocos amigos franceses y europeos me reciban bien en sus casas. Al igual que miles de estudiantes y de migrantes, cada año (algunos con más frecuencia y una minúscula minoría de afortunados, con menos) estoy obligado a acudir ante la Prefectura de Policía del departamente donde resido (el departamento de Seine-Saint-Denis) para pedir que la República Francesa me conceda la renovación del permiso para residir dentro de sus fronteras. Para ello, debo lograr que el documento que comprueba la legalidad de mi estancia por más de tres meses, la codiciadísima Carte de séjour, que podríamos traducir más o menos por Credencial de residencia, me sea otorgada de nuevo.

Se trata de un procedimiento administrativo largo. En resumen, es más o menos así: tres meses antes de la expiración de mi Carte de séjour debo ponerme en contacto con el Servicio de extranjeros para pedir una cita. Dicha cita queda fijada para una fecha cercana (previa o posterior) a la expiración de la dichosa Carte de séjour. Para el día de la cita debo preparar un expediente consistente en una serie de documentos, en original y copia, meticulosamente organizados en el orden establecido en una lista. Si todos los documentos corresponden a los criterios exigidos por la Prefectura y satisfacen a los funcionarios que se ocupan de mi caso, recibo un documento llamado Récépissé o Recibo, que no es definitivo, y que tiene una duración máxima de tres meses. Este Récépissé es un sustituto de la Carte de séjour, mientras ésta última está siendo fabricada. Al mismo tiempo, junto al Récépissé recibo una nueva cita, programada dos meses después para recoger la Carte de séjour. En total, todo el trámite dura aproximadamente 5 meses.

El problema de este trámite no sólo es el tiempo que se invierte en él, sino las condiciones en las que la burocracia presta este servicio. El departamento en el que vivo es uno de los que más migración

La fila de espera en la Puerta 2, reservada a los extranjeros que ya obtuvieron cita dos o tres meses antes

extranjera recibe. Gente de prácticamente todo el mundo, pero principalmente de África, hace fila durante innumerables horas para realizar éste y otros trámites que nuestra condición de extranjeros nos impone. Senegaleses, cameruneses, centroafricanos, egipcios, mauritanos, colombianos, brasileños, chinos, indios, srilankeses, paquistanís, rusos y, por supuesto, mexicanos, tenemos que someternos a las decisiones del personal y soportar las inclemencias del tiempo. Impacientes, y puede percibirse, con desprecio, los agentes de la Prefectura van decidiendo quién se queda legalmente en Francia y quién no. Si el interesado no habla bien el francés las cosas ya empiezan mal: en alguna ocasión vi cómo un joven chino que hablaba mal el francés, y su padre anciano que lo hablaba peor, eran simplemente ignorados por la funcionaria que no quería esforzarse por entenderlos ni hacerse entender. ¿Estaba cansada? No lo creo: eran apenas las deiz de la mañana. Por el lugar que ocupaban en la fila, podía calcularse que padre e hijo habían llegado antes de las ocho. ¿Profesionalismo? Sí, pero una muy particular forma de entender esta idea. En otra ocasión (esta semana), una madre africana (supongo que senegalesa, por el típico tocado que llevaba en la cabeza) con sus cinco hijos, no logró hacer comprender a la funcionaria de la recepción, que la enfermedad de su sexto hijo, en ese momento en el hospital, no le había permitido ir a su cita del viernes anterior. Seguramente esa mujer será ilegal para estas horas, y dentro de algunas semanas, si no logra obtener una nueva cita, dejará de percibir toda ayuda que da el Estado francés (seguridad social, subvenciones para el alojamiento, el transporte, etc.).

Este año, como todos los anteriores, tengo que pedir una cita para la renovación de mi Carte de séjour. Los años anteriores la cita podía pedirse por internet. Esta vez, sin explicación -ni lógica ni oficial-, el trámite debe hacerse en las oficinas de la Prefectura. Así que, habiendo preparado los papeles necesarios para el trámite, el lunes pasado me dirigí a la Prefectura. La fila en la puerta 1, la que corresponde para mi trámite, era larguísima: calculo que más de 500 personas esperaban ya cuando yo llegué hacia las nueve de la mañana. Hacia las 9 15, la fila comienza a avanzar, mis nervios ya excitados por una pelea de la que fui testigo en el tranvía se empiezan a calmar. 9 30, la fila deja de moverse. A las 9 45 mis vecinos en la fila comienzan a inquietarse y algunos deciden acercarse a la puerta para investigar. 10 00 y algunos regresan con cara de preocupación. 10 30, la historia la sabe ya todo el mundo: una persona al frente de la fila no quiso salirse de ella, el policía que le ordenaba dejar el paso se molesta, estalla una grezca entre el público, y los oficiales de policía deciden cerrar la puerta por el resto del día. Al diablo el resto de la gente. Y para hacer bien el trabajo, sin dar ninguna información.

Desconsolado, regreso a mi casa, y después de la comida decido intentar suerte de nuevo bajo el razonamiento que quizás el personal de la tarde esté mas tranquilo y dispuesto a cooperar. Al llegar, la puerta 1 sigue cerrada, así que decido entrar a la puerta 2 y probar suerte. La reacción de la funcionaria, cuando me escucha, es la esperada: gritos, hablándome como si fuera un idiota, regañándome como un niño («ésta es la puerta número 2, nú-me-ro-dos, no la uno. Su trámite es en la puerta nú-me-ro-u-no, uuuuuuno»), ni siquiera escucha mis explicaciones. Salgo, paso de nuevo frente a la puerta número uno y veo que la salida está abierta: hay gente adentro. Sin hacer caso a los letreros ni escuchar al policía que no esperaba mi maniobra («¡ya no hay fichas de turno señor!»), me dirijo derecho a la máquina despachadora de turnos y obtengo uno. El policía me olvida y regresa a su lugar en la puerta; cinco minutos después, desaparece. Yo me quedo esperando y, ¡oh milagro!, mi turno llega tras treinta minutos y obtengo mi cita.

Otro de los edificios de la Prefectura de Policía, y su arquitectura que recuerda a la de las dictaduras fascistas

De regreso a casa, me siento molesto porque el mismo día, cientos de personas perdieron todo el día sin obtener nada. Seguramente muchos de ellos tuvieron que enfrentarse a patrones molestos y poco tolerantes para obtener el permiso de faltar a sus trabajos, y tendrán que hacerlo de nuevo. Tengo la fortuna de no vivir una situación delicada, como es el caso de la mayoría de la gente que se presenta a pedir la renovación de su Carte de séjour. Cuento con la ventaja de hablar y leer bien el francés, a diferencia de muchas de esas personas. Por razones muy parecidas a la de los latinoamericanos y mexicanos que emigran a los Estados Unidos, miles de árabes, africanos y de otros continentes, llegan a Francia buscando mejores condiciones de vida, trabajo o refugio de la guerra y sabe nadie cuántos sufrimientos. Francia tiene la reputación de ser un país de recepción, reputación que está desmoronándose desde hace algunos años. Los funcionarios hacen su trabajo con desprecio, no puede decirse que informen y, sobre todo, no lo hacen con profesionalismo. Sus decisiones, muchas veces arbitrarias, ponen en riesgo no sólo a la persona directamente afectada, sino muchas veces a sus familias aquí en Francia o en otros países. Los estallidos de pánico, ansiedad y enojo no son raras en lugares como éste, e incluso han tenido que colocar páneles para evitar que el público que espera se percate de lo que sucede en las ventanillas.

Esto no es un asunto de soberanía. El problema no está, como muchos quieren verlo, en el supuesto incumplimiento de los inmigrantes de las leyes francesas. La gente, en la mayoría de los casos, tiene buenas razones para pedir la renovación de su estancia, y esta no los hará ni mejores ni peores que en sus países de origen, pero seguramente sí les permitirá sobrevivir. Yo creo que es un asunto cuyo fondo es racista, que refleja los miedos de las sociedades de primer mundo (y que en México una pequeña proporción también refleja) frente a los pobres, los extranjeros.

Mientras veía cómo dos mujeres, quizás chinas, esperaban su turno agarradas de la mano, viendo angustiadas la pantalla electrónica y una de ellas sosteniendo fuertemente un sobre marrón que contenía sus papeles, otra pantalla no dejaba de anunciar, irónicamente: «Le Service d’étrangers de la Préfecture de Police est hereux de vous accueillir»: «El Servicio de Extranjeros de la Prefectura de Policía está encantado de recibirlo»

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